Segunda entrega de la creación de Galder Gaztelu-Urrutia, coescrita con David Desola y Egoitz Moreno. Menos escatología y un cierre enigmático.
Por Nicolás Bianchi
La primera versión de El hoyo (2019) irrumpió como un film de ciencia ficción o distópico sumamente violento e impactante. Esta película llamó la atención por su contenido extremadamente violento que incluía canibalismo y otras yerbas. Además, por la historia que cuenta era susceptible de múltiples análisis. Esta cárcel vertical establecía una metáfora muy obvia sobre los que hacen los de arriba y cómo repercute en los de abajo.
Esta nueva versión de 2024 empieza como si no hubieran pasado cinco años y exige que la audiencia tenga muy buena memoria (o, más probablemente, que haya vuelto a ver la película de 2019). En este caso, la protagonista es Perempuán (Milena Smit), una joven artista que ingresa a esta prisión para efectuar algún tipo de redención. En sus propias palabras, “para ganar tiempo”.
Su compañero de celda, o de piso, es el robusto Zamiatin (Hovik Keuchkerian), un gigante algo aniñado que ha fracasado en distintos aspectos de su vida. Estos personajes deben convivir con una suerte de organización que establece un código de conducta estricto. Una de las leyes centrales es que cuando baja la plataforma con comida solo se puede consumir lo que es propio. Además, debe mantenerse una comunicación fluida entre los distintos niveles. Cualquier paso por fuera de este código es duramente reprimido.
Otro de los nuevos personajes que introduce este film es el de la joven interpretada por Natalia Tena, que ya ha sido víctima de la justicia que impone este grupo. En líneas generales, la dinámica es la misma que en la historia anterior. Cada dupla está en un piso durante un mes y lo principal gira en torno a la plataforma con comida que baja una vez al día. De ello, depende tanto la subsistencia como la convivencia de estos presos que participan de este experimento de manera voluntaria.
Al igual que en la primera entrega, lo que funciona mejor es todo lo que tiene que ver con el dispositivo que propone la película y la acción. A su vez, los diálogos, las disquisiciones de filosofía barata y los supuestos significados de este esquema resultan tediosos. Sin dejar de mostrar escenas de violencia explícita, esta segunda parte baja un tono. En este sentido, no todo luce tan desagradable ni es tan escatológico como en la primera.
En la segunda mitad, la película presenta el retorno de algunos personajes del film original y establece un interrogante sobre cuándo sucede esta historia. También amplía un poco la narración sobre la forma en que funciona esta prisión distópica. Según ha dicho el director, es probable que en futuras entregas se ofrezca más información al respecto. O sea, todo lo que el final deja abierto es, justamente, para sembrar interés a futuro. Más allá de su dudosa calidad, El hoyo ha sido una de las películas españolas más vistas de este siglo, un verdadero éxito de Netflix. Por lo tanto, continuará.
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