Mi Esposa Era una Bruja Que se Convertia en Cerdo

Esta es una Historia de Terror Titulada Mi Esposa Era una Bruja Que se Convertia en Cerdo y es enviada por Vanessa Alvarado en donde nos platica acerca de su amiga que le contaba las historias y leyendas del lugar en donde vivian.

Mi Esposa Era una Bruja Que se Convertia en Cerdo

Una tarde, me escape de mi casa por el patio para aventurarme por los terrenos de los vecinos hasta llegar a la casa de María Luisa, la señora linda que me contaba historias mágicas. Hoy no recuerdo exactamente qué mes era, pero por el clima y ese aroma a nostalgia en el aire decorado por los rayos anaranjados del sol, que se quedaron guardados en mi memoria, les puedo asegurar que era el mes de enero.

Nos sentamos a ver hacia el oeste, a esperar que el sol comenzara a bajar por las montañas de Escazú, esperábamos la hora mágica, donde todo cambiaba de color. Ella tenía una jarra de loza llena de café y unos bollitos de pan de piña con mantequilla, yo solo comía pan, porque no era amiga de esa tintura extraña, que estaba segura, envenenaba a las hadas. De pronto vimos algo muy grande moviéndose por el zacate crecido del terreno baldío que había detrás de nuestras casas.

El matorral era bastante alto, y se veía donde algo se movía en dirección hacia nosotras, no era una vaca, porque normalmente ellas corrían el zacate con la cabeza, era algo grande pero no tanto como una vaca, su movimiento era lento, y María Luisa y yo estábamos a la expectativa, con los ojos bien abiertos. Creo que ella estaba tan asustada como yo, así que ella me dijo que me levantara y que nos metiéramos a la casa, pero en el momento en que nos íbamos a meter, salió un Cerdo grandísimo por entre los matorrales. Tremendo grito saqué de mis pulmones, jamás me esperaba ver un cerdo tan grande por esos lares. Claro, al ser un corredor biológico, lo normal era ver mapaches, zarigüeyas, ardillas y un día vimos un venado que se había escapado de un lugar donde lo tenían en cautiverio, claro, también veíamos las vacas y los caballos de un señor que vivía por la escuela, pero, Un cerdo? Eso si fue una verdadera sorpresa.

El bendito cerdo venía lleno de barro y se nos quedó mirando fijamente y levantaba su hocico como pidiéndonos comida, así que mi instinto fue tirarle mis dos bollitos de pan. El animalote se los trago y siguió su camino por entre el zacatal, como si supiera que ya María Luisa no tenía más pan para darle.

María Luisa me volvió a ver sonriente y me dijo: _Seguro era una bruja que quería robársela, pero como le dió el pan la perdonó.
_Que? Pero las brujas no son así. Le dije a María Luisa.
Entonces ella se volvió a sentar en el banquillo de madera y cuando la vi acomodada, yo me senté en el suelo muy atenta porque sabía que venía una buena historia.

“Las brujas tienen la capacidad de cambiar su forma, algunas se convierten en gallinas negras, perros feroces, zopilotes vigilantes, monos que aúllan y corren por techos o como en este caso, un cerdo. Te das cuenta que es una bruja porque su mirada es diferente, no es la mirada inocente de un animal, es una mirada que parece, quisiera hablar, comunicar algo o simplemente, es una mirada llena de odio y furia. Creo que este cerdo quería decirnos algo, pero tu poder fue más fuerte que el de ella.”

Recordando aquellas palabras, también recordé que a partir de ese momento dejé de tenerle miedo a la oscuridad, porque las palabras de María Luisa eran santa palabra, y me creí o me hizo creer que yo era más poderosa que aquella bruja que habíamos visto salir del zacatal.

Me conto María Luisa, que en San Ignacio de Acosta, vivía un matrimonio, la mujer nunca tuvo hijos y el hombre era bien parrandero. En una ocasión, el hombre se enfermó, al parecer tenía problemas en el hígado y su mujer ya no quería que él siguiera tomando más. Ella nunca se había metido con las parrandas de su marido porque de alguna manera ella las aceptaba, sobre todo porque el hombre era muy responsable con las cosas del hogar. Así que mientras ella tuviera todo lo que necesitaba, no le preocupaba que su marido fuera un borracho empedernido.
El hombre, trabajaba de guarda, y entraba a las 7 de la noche y salía a las 4 de la mañana, entonces aprovechaba y se metía en una cantinilla de Gerardo, que estaba siempre abierta las 24 horas, cuando llegaba a su casa, no podía ni sostenerse de la tanda.

Camino a su casa, tenia que pasar por un puente no muy firme, y una mañana, sintió un gruñido y los pasos de un animal tras él, volteó a ver y no logro ver nada, pero fue inevitable que un escalofrío recorriera su piel. Continuó su camino y continuaba escuchando aquel sonido horrible que lo aterraba de alguna manera. En el momento en que iba a cruzar el puente, un cerdo gigantesco se paró al otro lado, con la mirada desafiante y fija en él. El hombre no entendía porque sentía tanto miedo, y comenzó a espantarla tirándole piedras, pero el animal enfureció y cruzó el puente de un carrerón inimaginable, claro, el hombre también pegó carrerón y se subió a un palo de carao que estaba a la orilla del camino. Fue tal el susto que se le bajo el guaro de una miada. La chancha se mantuvo ahí bajo el árbol casi dos horas hasta que el hombre, a causa del trasnocho, quedo dormido agarrado de una rama.
Cuando despertó, eran casi las dos de la tarde, y al ver que la chancha ya no estaba, se bajo y pegó carrera para su casa.

En la casa, lo esperaba su mujer con un buen plato de arroz, frijoles, carne, plátanos maduros, picadillito de papa y ensalada de repollo, Ah! Y un buen vaso de fresco de tamarindo. El hombre llego todo sucio y orinado y le contó a su mujer lo que le había pasado con aquel animal. La mujer ponía atención mientras se frotaba la frente con manteca para que se le bajara la chichota que tenía y el hombre estaba tan nervioso e impactado que ni le puso atención al tremendo golpe que se le inflaba en la frente a su esposa. La mujer se rio y le dijo: _Sigue tomando para que veas como esa chancha te va a pegar un buen mordisco en las nalgas.

El hombre entre refunfuños y muecas se baño, comió y se acostó a dormir para prepararse para su trabajo de la noche. Esta vez se fue un poco mas temprano, pues la callecilla donde le había salido el cerdo era muy oscura y no quería volver a toparse con aquel animalejo.

Al salir del trabajo volvió a pasar a la cantinilla, y ahí estaba la salonera, esperándolo para mandarlo bien borrachín a la casa. Como ya era cliente predilecto del lugar, lo trataban como de la familia y se puso a contarle a la salonera lo que le había pasado, ella le ponía atención cuidadosamente y antes de que terminara de contarle su historia la salonera lo interrumpió diciéndole: _Le aseguro que se topó con una bruja. Alguna bruja de su barrio le puso el ojo encima. Ahora le voy a dar una bolsa de sal marina y si se le aparece el cerdo le dices con voz fuerte, “aquí tengo sal, por si quieres” y veras como se va ese bicharraco como alma que se la lleva el diablo.

El hombre se tomó solo un par de traguitos por si le tocaba salir corriendo, entonces se metió la bolsa de sal en la chaqueta y empezó a subir para su casa. Ya había amanecido, la callejuela estaba en completo silencio y llegando al puente comenzó a oír de nuevo los gruñidos, ya sabía que ahí estaba el cerdo, esperando por él. Camino lentamente y de pronto por entre los matorrales salió el animalón a paso lento pero imponiendo su presencia con aquel hocico lleno de babas, lanzando gruñidos e intimidaciones. El hombre ni lento no perezoso le grito: Tengo sal y te la vaciaré encima. ¿Lo entendiste, animalejo del demonio?

El animal se detuvo, pero de pronto empezó a correr lleno de furia y el pobre hombre volvió a subirse a aquel palo de carao como si fuera un mono. Estando en la rama que lo albergó el día anterior, decidió vaciar sobre el cerdo  aquella bolsa de sal y el animal se alejó pegando unos gritos estremecedores.

No podía creerlo, realmente se estaba enfrentando a una bruja, esa reacción con la sal era la prueba que ese animalejo era alguna mujer que quería asustarlo. Llegando a la casa, su esposa lo esperaba con café caliente y tortillas palmeadas, cocinadas en el fogón. El hombre, abrazo a su mujer y esta mostró cierta molestia cuando él le puso la mano en la espalda. Sin dudarlo, empezó a contarle lo ocurrido y el susto que sentía de saber que una bruja lo estaba acosando.

La mujer se reía de manera incrédula, como si su esposo estuviera perdiendo la cabeza, y él solo aseguraba que una bruja quería hacerle daño. Ese día decidió no volver a tomar, solo por su seguridad, pero se le hacía tan difícil, porque su cuerpo le pedía el guaro como si fuera agua para hidratar.

Esa noche, rumbo al trabajo, se metió en la bolsa del pantalón, un rosario, una medalla de la Virgen milagrosa y una cruz de Caravaca para espantar los demonios y los males; y obviamente, una bolsa de sal en la chaqueta.
Al terminar su labor, paso por el bar solo a saludar y a contar lo que le había pasado el día anterior, a contar que ya no dudaba que se tratara de una bruja. Esta vez no tocó licor alguno, y a las cinco de la mañana comenzó a subir hacia su casa. La callejuela bordeada por palos de poró y carao estaba clarísima, solo se oían los yigüirros cantar, posiblemente, anunciando las primeras lluvias del año. A lo lejos se divisaba el puente que se había convertido en su pesadilla en los últimos dos días. Caminaba lentamente, muy alerta a cualquier sonido, en sus manos traía la bolsa de sal y el rosario. Se sentía preparado para quemarle el cuerpo a el cerdo y esperar que se transformara en humano para saber de quien se trataba.

Cruzo el puente y llegó a su casa sin ningún problema, su esposa lo esperaba con un buen vaso de café, pinto y cuajada. Ella solo esperaba que su marido le contara que había pasado con el famoso cerdo, pero él le contó que esta vez no se había aparecido, así que su mujer sonrió y le sugirió que mejor aprovechara que estaba tranquilo y se acostara a dormir.

El hombre en su sobriedad noto algo curioso; en el momento exacto que su mujer le decía que descansara, le entraba un sueño que no podía controlar de ninguna manera. Se acostó y no había ni puesto la cabeza en la almohada cuando ya estaba dormido. Unas horas después, abrió los ojos, la puerta del cuarto estaba abierta y su visión era borrosa, desde su cama podía ver la puerta que llevaba al patio y ahí estaba el cerdo frente a una hoguera que calentaba una olla de hierro grandísima. El hombre trato de levantarse pero se le hizo imposible, tenía miedo que el animalejo entrara al cuarto y lo mordiera. Lucho mucho para ponerse en pie, pero no lo logró. Así que comenzó a gritar llamando desesperadamente a su mujer. Ella entró al cuarto en carrera y él le insistía que en el patio estaba la bruja que venía a atacarlo. La mujer caminó hasta el fogón y le mostró que no había nada porque preocuparse. El hombre siguió durmiendo y al levantarse se sentía totalmente agotado, pensó que posiblemente, por mantenerse sobrio, su cuerpo estaba reaccionando de esa manera.

Los días transcurrieron y el hombre no volvió a toparse con el cerdo. Se sentía muy feliz de que el animalejo ese no volviera a aparecérsele en el camino. Una noche, se presentó un problema en el lugar donde trabajaba, así que debió devolverse a su casa a la media noche, al ser casi la una de la mañana se acercaba al puentecillo y a lo lejos escuchaba los gritos y gruñidos de aquel horrible cerdo que le había robado la paz. El pobre hombre apresuro el paso y entró a su casa en un puro temblor. El fogón estaba encendido, las candelas daban luz a toda la casa de madera, como si fuera de día. Trató de no hacer bulla para no despertar a su mujer y al entrar al cuarto se topó con que ella no estaba. Mil y una idea le pasaron por la cabeza, lo primero que pensó, fue que seguro, ella, aprovechando su ausencia, se estaba viendo con algún vecino o peón del cafetal. Comenzó a llenarse de ira y desear desesperadamente un trago de agua ardiente.

La luz de las candelas continuaban tiritando y él, lleno de rabia y enojo se sentó en los banquillos del comedor. Se imaginaba todo lo que le iba a decir a la mal agradecida de su esposa cuando entrara por la puerta. A lo lejos se seguía escuchando los gruñidos y gritos del cerdo y eso le ponía la piel de gallina.

Cuando tuvo que ir al baño se topo con la escena más horrible que alguien pudiera imaginar. Sobre la mesilla de los paños había una piel, si, una piel como la que botan las serpientes al mudar, solo que era la piel de una mujer, y de inmediato su cabeza empezó a atar cabos para concluir que su esposa, con quien había compartido tantos y tantos años, era una bruja.

La esperó por horas y la mujer nunca llego a ponerse la piel, el pobre hombre se sentía decepcionado y engañado. De vuelta del trabajo al día siguiente, decidió pasar a saludar a sus amigos de la cantina y de paso contar lo que le había ocurrido, todos le ponían atención pero lo veían como si estuviera perdiendo la cabeza. Al subir hacia su casa se topo con uno de sus vecinos, quien le contó que la noche tras anterior, un grupo de vecinos había logrado atrapar la gran chancha que los tenía aterrorizados, según le contó el hombre, aquel furioso animal había mordido a varias personas y le había amputado la mano a un pobre anciano, golpeaba con furia las puertas y paredes de las casas, y sus gritos se escuchaban todas las noches en todas direcciones. Pero, aquella noche, lograron dar con el animal del demonio, que ya no dejaba en paz al vecindario completo.

El hombre, muy angustiado y sabiendo que se trataba de su esposa, le pregunto al vecino:
_Y que hicieron con el animal? Saben a quien pertenecía?
_ Pues se cree que tal vez siendo muy pequeña, se escapó del corral que esta en el cerro, y que tal vez se crio como un cerdo salvaje, puede que haya sido adoptada por los zaínos y por eso era tan agresiva. Al final, los Rodríguez que fueron quienes la atraparon, la mataron y la hicieron en chicharrón. Vieras que buenos estaban, hasta en la cantina de Gerardo vendieron para las bocas.

El pobre hombre, sintió que estaba en una pesadilla, no podía creer que su esposa hubiera topado con ese destino, pero lo que realmente no podía creer era que en la cantina de Gerardo le dieron una boca de chicharrón mientras contaba su historia.

El pobre hombre perdió la razón por el alcoholismo y al poco tiempo murió de la cirrosis de la que su esposa había tratado de salvarlo.

Para cuando María Luisa ya había terminado de contarme la historia, la hora mágica había pasado, y el sol ya se había ocultado por las montañas. Solo quedaban líneas de fuego entre las nubes y algunas estrellas que comenzaban a salir. Ya no quería pasar por el patio de los vecinos, tenía miedo de toparme con la chancha así que le dije a María Luisa que me abriera por el frente de su casa, para salir corriendo por la alameda. Cuando mi mamá me vió entrar por el frente, se asustó y me volvió a regañar por escaparme por los patios.

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