Película de Yorgos Lanthimos. Cuenta el enfrentamiento entre un cirujano y el hijo de un paciente que ha fallecido. Una historia oscura a través de una propuesta visual espléndida.
Por Nicolás Bianchi
En algún punto, Lanthimos luce como un discípulo del director alemán Michael Haneke o del danés Lars Von Trier. Su forma de presentar y construir a los personajes suele estar marcada por una alta dosis de crueldad y misantropía. Al mismo tiempo, el realizador de origen griego cuenta con un gran talento visual. Las escenas de sus películas siempre se muestran de manera atractiva, a través de un estilo distintivo.
Todos estos elementos están presentes en The killing of a sacred deer. El protagonista del film es el cirujano Steven Murphy (Colin Farrell), que está casado con Anna (Nicole Kidman) y tiene dos hijos (Raffey Cassidy y Sunny Suljic). Este médico también oficia de tutor o protector del joven Martin (Barry Keoghan), hijo de un paciente suyo que ha fallecido.
En primer lugar, la película construye un halo de oscuridad en torno a Steven Murphy. Por ejemplo, este cirujano desarrolla un juego sexual con su mujer en el que ella permanece inerte en la cama, como si fuera un paciente anestesiado, mientras él se satisface. Al mismo tiempo, se deja entrever que ha tenido responsabilidad en la muerte del padre del joven Martin. Evidentemente, Steven siente algo de culpa, y por eso visita y atiende a Martin. Incluso debe eludir los intentos de seducción de la madre del joven, interpretada por Alicia Silverstone.
Ahora bien, pronto la película da un giro. En verdad, el monstruo de esta historia no es Steven sino Martin, quien cuenta con un plan para vengarse del cirujano. Se trata de un lobo vestido de cordero que inicia un camino tortuoso para su contrincante y para él mismo. A medida que avanza, la película se convierte en un despliegue de maldad insolente, tal como dice el tango.
Esto último dificulta el desarrollo de empatía por alguno de los dos personajes. Al mismo tiempo, se nota que Lanthimos, coescritor del guión junto a Efthimis Filippou, se esfuerza por construir escenas luctuosas y personajes abyectos. Además, en todo esto no hay ni una pizca de humor. Nuevamente, lo que sí está presente es el talento que el director tiene al usar la cámara.
De hecho, la propuesta visual de The killing of a sacred deer es lo que hace que la trama sea tolerable. En otras palabras, es lo que le permite al espectador llegar al final sin abandonar. No es que lo que sucede resulte insoportable desde un punto de vista moral o ético. Ahora bien, en esta suerte de concurso de vileza lo que puede pasar es que el interés se disipe. En las tinieblas del alma humana es todo tan oscuro que ya nada resulta discernible.
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